viernes, 16 de diciembre de 2016

Llovía.

Hoy te volví a ver, aunque tú a mí no.
Hoy te recordé, aunque tú a mí no.

Me dirigía a la estación, como tanta otra gente. El semáforo estaba en rojo, me paré a esperar, como tantas otras veces. Miré con distracción a mi alrededor. De repente, sentí un rayo atravesar mi alma. Y el mundo se paró. Y pasaron mil horas sin que pasara un segundo. Y la tierra tembló, pero no, tan solo temblaba yo. Allí estabas tú. Con tu cabeza más en tu mundo que en el nuestro, como siempre. Con tu pelo alborotado bajo el gorro, como siempre. Con tu vieja cazadora negra, como siempre. Con tus ojos tristes mirando sin mirar, como siempre. Viviendo sin vivir, pasando por el mundo como pasa un suspiro.
No me atreví a adelantarme un par de pasos y decirte: "hola, a veces te odio, a veces te extraño, pero, siempre te amo". Aún le tengo miedo a tu sonrisa, capaz de desarmar mil ejércitos. Aún le tengo miedo a tu mirada, capaz de leerme el alma. Aún te tengo miedo a ti, porque hoy recordé que aún te amo.
Hoy te vi, y no pude evitar pensar en tus frías sábanas envolviéndome. Sentía ahora tus manos acariciándome tímidamente como aquella primera vez. ¿Recuerdas nuestro último encuentro? Estabas triste, creo que incluso pude atisbar principios de lágrimas en tus ojos. Ya habías decidido abandonarme. Pobre de mí que nada sospechaba y hablaba como si nada de los planes del día siguiente. Jamás hubo día siguiente.
Te despediste diciendo "hasta mañana". Nunca llegó el mañana. Créeme, lo sigo esperando.

Llovía. Como hoy. Siempre es un día gris cuando te veo.
Estabas delante de la estación, como yo, pero no me atreví a adelantarme y saludarte. Ibas mirando al mundo sin mirarlo. Ibas viviendo como vive un suspiro.
Una niña triste pasó por tu lado. La miraste y sonreiste con ternura. Porque, por mucho que intentes ocultarlo, eres y siempre serás eso, mi pobre infante triste.
Me paré en medio de la calle. La gente pasaba por mi lado, esquivándome. La lluvia caía impasible sobre mí, empapándome. El reloj gritaba que me apurara si no quería perder el tren. Pero todo eso me daba igual. Porque me di cuenta de algo que sí importaba. Que hoy te vi, que el tiempo no pasa sobre ti, que te amo, que siempre lo haré y que da igual cuánto me hagas sufrir porque, si vienes a mí, sé que siempre te perdonaré.
Y es que te vi... y nada más importa.
Y es que te vi...
Llovía. Como cuando te fuiste. Siempre es un día gris cuando te vas.

Hoy te vi, delante de la estación. Deseé no volver a verte más, lástima que, todas las noches, aparezcas en mis sueños.

Llovía y, para mí, siempre lloverá.

                                              -Expresivísima.

miércoles, 7 de diciembre de 2016

Quise querer.

Iba a escribir un poema de amor, pero no tengo a quien cantar.
Iba a escribir unos versos de corazón roto, pero no tengo a quien dejar de amar.

Créeme cuando te digo que yo quería quererte. Pero, no querer, lo más lógico resultó ser.
Quiéreme cuando te digo que intentaba creerte. Pero, no creer, lo más sabio resultó ser.
Ansiaba que me ayudaras a olvidar un bien mayor, un mal mayor... No fue así. Te miraba y, en lugar de verte a ti, me atropellaba mi pasado. Te pensaba y, en lugar de hallarte a ti, me atormentaban los recuerdos.
Quería quererte, de corazón, incluso creí haberlo conseguido varias veces. No fue así. Me duraste lo mismo que un buen libro y un café. No puedo ni darte las gracias por nuestro tiempo juntos porque ni tuvimos ni quisimos tener. Ahora estoy colocando el libro de vuelta en la librería. Ahora el café está frío. Ahora entiendo las canciones de Joaquín Sabina. Ahora los versos de Pedro Salinas se harán míos.
Ya no escribo poemas de amor cargados de melancolía.
Ya no se construyen mis versos de palabras frías.

Yo quería quererte, pero no quería lo que tú me podías dar. Un amor corriente con sus corrientes besos, sus corrientes despedidas, sus corrientes enfados, sus corrientes caricias. Sentimos mucho, sí, pero de nada sirve.
¿Te eché de mi vida o te fuiste tú? Ambos pusimos de nuestra parte para construir kilómetros y segundos entre nosotros.
No me niegues lo que ya sé. Nunca me quisiste, no temas decirlo, no me harás daño, yo tampoco nunca te he querido.

Iba a escribir un poema de amor, pero no tengo a quien cantar.
Iba a escribir unos versos de corazón roto, pero no tengo a quien dejar de amar.

Y no pudo ser. Nunca pudo haber sido. Y, menos mal que no fue. Porque yo ya me he ido.
El frío recorre la piel. La sangre nunca llega a aparecer,
El frío recorre la piel. Creo que comienzo a perecer.
Te observo y ya no te veo. Te pienso y ya no estás. No te quiero ni mirar. Dime, ahora, ¿qué harás?
A veces me recreo pensando en el "y si". A veces me encanta imaginar nuestro quizás. En todos nuestros hipotéticos futuros algo acaba saliendo mal. Por eso, siempre me digo que nosotros, juntos, jamás. Sin embargo, algo me empuja a ti. Tus brazos, me llaman. Tus labios me aclaman. ¿Por qué? dirás. Simple. Porque quiero querer. Quiero un amor de canción. Un amor en el que sienta mucho y poca sea su duración. Para eso tú eres el indicado.
Lástima que no te crea.
Lástima que no te quiera.




-Expresivísima.

jueves, 24 de noviembre de 2016

Tiempo atemporal.

¿Qué es la literatura?
Palabras que me guían,
palabras que me aclaman,
oraciones que se forman.
¡Oh! Musas, acudid a mi llamada.

¿Qué es la literatura?
Es magia:
son poderes divinos, es fuerza,
es malestar, es vida...
Pero también es muerte.

La literatura es tiempo,
pero también lo para.
Lo mata.

¿Qué es la literatura?
A veces lo es todo,
a veces no es nada.



Las letras, difusas, escapan;
huyen de mi pluma al blanco papel.
De negra tinta se forman,
de oscuridad se llenan las letras.

Las musas son las que hablan,
no el poeta.

Susurran a su oído las dulces palabras,
las confesiones de amor, las maldiciones,
la poesía.
Se lo susurran todo,
pero no le dicen nada.

¡Oh! Triste poeta de alma inmortal.
Dime, ¿por qué pecado te has convertido
en profeta divino?

¡Oh! Pobre poeta de cuerpo mortal.
Solo encuentras placer en las letras,
solo las palabras te abrazan ya.

Dime, ¿qué es literatura?
Es magia:
son poderes divinos, es fuerza,
es malestar, es vida...
Pero también es muerte.

La literatura es tiempo
siendo atemporal.
Te para.
Te mata.

¿Qué es la literatura?
Lo es todo.
No es nada.




-Expresivísima.

martes, 8 de noviembre de 2016

Conjunto de relatos cortos.



LIBÉRAME
La noche nos resguarda, ella es nuestra confidente. A la luz de las muertas estrellas me susurras cuánto me quieres. Bajo la mortecina luz de la luna me repites cuánto lo sientes. Lástima que yo ya no sienta nada. Me hiciste daño. Ojalá me hubieras clavado un frío puñal de plata en las entrañas en lugar de dañarme con tus manchadas palabras. Me hiciste daño. Tras prometerme una y mil veces que en ti podía confiar me traicionaste. Debí haberlo visto venir pero estaba ciega. Tus ojos eran lo único que me importaba. Cuando me mirabas así sentía que no podía ocultarte nada. Tus labios suavemente acariciaban mi cuello volviéndome vulnerable. Hubiera dejado que me arrancaras el corazón y lo apuñalaras delante mía en ese precioso momento. Pero hiciste algo peor. Dejaste mi cuerpo con vida pero mi mente bien muerta. Me traicionaste. Por eso ya no siento nada. Ya no noto un dulce cosquilleo cuando tus dedos caminan sobre mi desnudo cuerpo. Porque ya no siento nada. Ya no soy nada por tu culpa. Por tu puta culpa. Ojalá mi cuerpo estuviera tan muerto como yo lo estoy por dentro. Ojalá fuera capaz de sentir el frío de la noche. Ojalá fuera capaz de perdonarte. Ojalá fuera capaz de olvidarte. Me has hecho mucho daño. Y aún así no puedo separarme de ti. Dime, ¿es esto masoquismo o me has hipnotizado? Por favor, sea lo que sea, libérame. Mátame del todo, yo no creo que sea capaz de hacerlo por mi cuenta, ya no tengo fuerzas. Por favor, ayúdame a librarme de este sufrimiento. Quiero volver a sentir, aunque sea una fría cuchilla atravesándome la garganta. Por favor, mátame. Ya lo has hecho una vez, no te costará hacerlo de nuevo. Pero, por favor, cuando lo hagas recuerda que has sido tú y solo tú el causante de todo ello. Y, dicho esto, te quiero.


FUE EN OTOÑO
Recuerdo cuando te vi por primera vez. En ese momento fui feliz. Yo acababa de salir de una terrible depresión, lo único que quería hacer era desaparecer, no ser recordado por nadie. Hasta que te vi. Un grupo de amigos habían quedado y me obligaron a ir con ellos. Fingí estar bien para no preocuparles pero me estaba pudriendo por dentro. Sin embargo, al verte, ya no hacía falta seguir fingiendo. Tu castaña mirada me hizo recobrar las ganas de existir. Lo único que quería hacer era pasar la eternidad en tu cama contándote los lunares y acariciándote tu suave pelo. Lo único que ahora ya deseaba era pasar una infinita existencia contemplando tu sonrisa. Lo único que ahora me preocupaba era pasarme mil vidas contigo hablando de todo y de nada. Te debo mi vida. Si hoy estoy aquí es gracias a ti. Sé que nunca hemos hablado, pero has hecho más por mí con tu existencia que cualquier otra persona. Eres demasiado perfecta, aunque tú no lo veas... Te escribo esta carta porque me voy. Me voy muy lejos a empezar una vida desde cero donde nadie sepa mi nombre, donde nadie sepa quien era. Sin embargo, no podía irme sin decirte cuánto significas para mí... no podría con ello. Necesitaba darte las gracias, te debo demasiado. Algún día, cuando vuelva, te entregaré mi alma porque si sigue existiendo es gracias a ti. Tú me has salvado. Me voy, pero te quiero. Sinceramente, espero que notes mi ausencia.


MAR
Echo de menos tus sábanas. Creo que jamás he sentido tanta obsesión por una cama. Recuerdo perfectamente cada rincón de tu cuerpo. Recuerdo perfectamente cada puto beso. Recuerdo perfectamente el sonido de tu adormilada voz por la mañana pronunciando suavemente mi nombre como con miedo a que me desvanezca como un sueño. Lo que no recuerdo es aquel sentimiento. Me hiciste daño, me destrozaste. Tú eres la causante de que ahora sea más muerte que vida. Ya no siento nada. La lluvia ya no significa nada para mí, antes lo era todo. Una tarde lluviosa era sinónimo de hundirme en tu sofá y en tus besos mientras nuestra piel es la única frontera entre nosotras. Pero ahora ya no es nada. El olor del café ya no me hace sentir bien. Antes, que me despertara con ese olor significaba que estabas en mi cocina removiéndolo todo en un intento de hacer el perfecto desayuno tras una larga noche juntas. Pero ahora ya no es nada. Antes el océano lo era todo para mí porque las olas me susurraban tu nombre y me hacían sonreír. Pero ahora ya no es nada. Antes era capaz de sentir. Pero ahora ya no soy nada. Me dejaste amarte para tener a alguien que calentara tu cama, para tener a alguien que no te hiciera sentir tan sola. Me dejaste amarte pero tú nunca sentiste nada por mí. No siento rencor, amarte fue lo mejor que me ha pasado en la vida. Nací por ti, para quererte, para besarte, para acariciarte, para cuidarte. Por eso no me molesta morir por ti, porque sé que ya he cumplido mi cometido en la vida: estar junto a tu lado. Por eso no me molesta morir. El océano está frente a mí como un día tú lo estuviste. Las olas gritan tu nombre, pero ya no siento nada, porque ya no soy nada. Doy un paso al frente y ya me estoy hundiendo, el ladrillo de hormigón que llevo atado a los pies tira de mí con fuerza. Pero ya no siento nada, porque ya no soy nada. Dejo de luchar, sé que es inútil. El frío me inunda. Abro los ojos y estoy rodeado de ti, Mar... Cuando la última gota de aire que habitaba en mis pulmones me abandona me pongo feliz. Porque acabo de recordar lo que es sentir. Ni la muerte conseguirá hacer que me olvide de ti. Echo de menos tus sábanas...


CARPE NOCTEM
Fuimos eternos. El tiempo era nuestro mientras huía de nuestras manos. El sol salía, las estrellas morían, la noche se iba. Mas, nosotros seguíamos siendo eternos. La cotidiana vida de los pobres mortales comenzaba a nacer a nuestro alrededor con el nuevo día. Me negaba a asumir que el fin estaba ahí. No podíamos renunciar a nuestra inmortalidad. Contigo soy infinita. La noche es nuestra. Mas la noche se acaba... Se va, nos abandona. El día comienza y, con él, nuestra mortalidad. ¿Por qué es tan difícil? ¿Por qué no podemos simplemente ser?
Que la única frontera sea nuestra piel. Que no importe ni dónde estemos, ni cuándo. Que lo único importante sea que estemos, juntos. Porque somos eternos. Fuimos eternos... ¿lo volveremos a ser?
Carpe noctem.
¿Recuerdas las estrellas? ¿Recuerdas la oscuridad de la noche? ¿Recuerdas mi presencia? Yo sí.
¿Recuerdos el frío viento matinal? ¿Recuerdas los primeros rayos de sol? ¿Recuerdas mi ausencia? Yo sí.
¿Recuerdas nuestro infinito? Yo jamás lo podré olvidar.


¿TE DOY IGUAL?
Hoy me he dado cuenta de algo que me ha dejado fatal. Me ha destrozado, me ha impactado, me ha hecho temblar. Y, es que, las mismas personas que dijeron que siempre ahí estarían, en mi vida ya no están. Desaparecieron, se fueron, huyeron. Incorrecto, no escaparon, yo los dejé atrás. Quizás fue por miedo, quizás. Yo no lo sé, tan sólo sé que aquí no están.
Me auto-encerré y, poco a poco, a todos eché. Nadie resistió, nadie aguantó, nadie pensó siquiera en luchar. Hice como que no me importaba cuando me estaba muriendo en realidad.
Y, dime, por favor, contesta a esto que me atormenta y que no deja a mi alma descansar en paz. ¿Tú serás uno más? ¿Tú también te irás cuando yo me empiece a amedrentar? Necesito que te quedes, que aguantes, que no me dejes atrás.
Mira, sinceramente, llegados a este punto, me da igual nuestro futuro. Que te vayas, que me dejes, que aguantes, que te quedes. El final nunca variará, siempre acabaremos igual.
Así que, cállame. Cómete mis preocupaciones a besos y recuérdame que estoy viviendo un irrepetible presente.
Ojalá, ojalá, ojalá, no me dejes marchar.



FRÍO METAL.
Primero dolor.
Luego calma.
Después escozor y, poco a poco, para.
Ahora rabia, ahora pena, ahora asco, ahora tristeza.
Pero siempre odio.

viernes, 4 de noviembre de 2016

Mátame.

Yo nunca te he pedido un final feliz, porque eso requiere de un fin. No quiero que esto se acabe, quiero que seamos eternos. Por eso, mátame. Déjame quererte. Pero poco a poco, el infinito es nuestro.
Mátame. Déjame amarte, aunque mañana ni recuerdes lo que fuimos en tu cama.
Aquí vivimos con calma. Aquí el tiempo no pasa. Aquí tan solo importan tus besos. Aquí vivimos en un eterno momento.
El débil sol de Octubre golpea la ventana. Los primeros rayos del amanecer nos llaman. Se supone que éramos el infinito. Hicimos un trato con la noche, nos amaríamos mientras ella durara.
Pero el fin llegó.
El sol salió.
Todo se acabó.
Aún no nos puede estar pasando esto. Aún no te he contado todos los lunares. Aún no han recorrido mis caricias toda tu piel. Aún no te he gastado los labios de todos los besos que necesito darles. Aún no puede la realidad del día golpearnos. Aún no he acabado de amarte... Aún no. Aún no. Aún no...

La escurridiza eternidad se ha vuelto finita entre tú y yo sin que nos diéramos cuenta. Así que mátame, déjame quererte una vez más... Eso sí es infinito...



Todo esto pasó a la velocidad de la luz por mi mente mientras la oscura habitación se teñía del inconfundible dorado matinal. Lo pensé pero me callé. Sabía que no debía decir nada, nuestro trato era invariable.
Se nos acabó el tiempo. Tú también callas pero lo noto en tu mirada. Abandono la comodidad de tus sábanas y comienzo a vestirme lentamente. Tú me observas desde la cama, en silencio, como queriendo captar cada movimiento que hago. Me siento al borde de la cama para calzarme, te acercas y me abrazas por la espalda mientras me besas el cuello. No puedo evitar pensar que este es el último instante que pasaremos juntos y unas silenciosas lágrimas me acarician tímidamente las mejillas. Evito mirarte pero te has dado cuenta. Me besas suavemente el rostro siguiendo el salado recorrido de las lágrimas. Pones tus manos a ambos lados de mi cara y pegas tu frente a la mía obligándome así a observar tus hipnotizantes ojos. "Esto no es un adiós, recuérdalo, siempre". ¡Cuánto error hay en tus dulces palabras! Mañana ya te habrás olvidado de mí y será otra la que caliente tu cama. Pero eso no me enfada, simplemente me entristece que, durante una eterna noche, lo hayamos sido todo y que ahora no seamos nada...

Mátame. Acaba con mi sufrimiento. Yo sola no puedo hacerlo. Así que déjame quererte y, por favor, mátame...




-Expresivísima.

martes, 11 de octubre de 2016

¿Amor? de verano.

Anoche estuve pensando en ti,
lástima que me hayas olvidado.
Hace poco aún estabas junto a mí,
anoche de todo me he acordado.

No solo cuentan los malos momentos,
también hay que pensar en los buenos.
durante un verano fuimos eternos
y tengo pruebas de todo ello.

·
·
·

Acabo de escribir estos versos, estos estúpidos versos que mañana odiaré, mientras espero que las lágrimas acudan a mí.
Bécquer decía que nunca debes escribir sobre un sentimiento en el momento en el que lo sientes, ya que la emoción del instante lo contaminaría. Él afirmaba que debía mantenerse dicho sentimiento guardado en una esquina del cerebro hasta que nos calmásemos para, así, poder transcribirlo puramente. Mas yo estoy ignorando todo eso porque no puedo esperar. Necesito, y demasiado, escribirte. Preciso que sepas cuánto te extraño, a pesar de que no fuimos nada.
Si me esfuerzo, todavía noto la suavidad de tu piel bajo mis manos. Si lo pienso bien, todavía siento el sabor de tu cuello en mis labios. Noto tus besos tan nítidos que me duele que sean solo un recuerdo.
Te necesito demasiado y no sé porqué ya que, realmente, nunca hemos sido nada.
Fuimos un instante, un segundo, una eternidad. El último aliento de vida de un difunto. El último brillo de fuego de una vela que se apaga. El último rayo naranja del atardecer. El último grano de arena que el viento se lleva. El último instante y, sin embargo, el primer error de muchos tras un gran bache.
No quiero que esto se acabe porque te necesito. Añoro tanto pasar la tarde en tu cama charlando de todo y nada. Añoro tanto que el sol veraniego golpee la ventana mientras las horas pasan y pasan. Añoro tanto la suavidad de tus sábanas mientras tus brazos muy fuerte me abrazan. Añoro tanto tus suaves palabras mientras tus manos lentamente me acarician que duele, duele, duele.

Jamás creí que serías tan importante para mí. Y, sin embargo, aquí estoy: a las cinco de la mañana esperando que acudan a mí las lágrimas mientras tu ausencia vilmente me golpea.

Te necesito demasiado. Y no me gusta, porque sé que tú ya me has olvidado.




-Expresivísima.

martes, 4 de octubre de 2016

Estella, Estella, Estella.

Los días corren. Las horas pasan. El tiempo vuela. Mas yo permanezco eternamente en un estado semiconsciente de quietud desde la última vez que, casi por casualidad, te vi.
Tanto correr. Tanto gritar. Tanto huir. Mas nada cambia en torno a mí. Todo sigue igual que al principio. Menos la gente. Menos el tiempo. Menos ese sentimiento de que la vida se escabulle entre los dedos de mis manos como la corriente de ese río zigzagueaba entre las rocas donde te vi jugando calladamente.
Si aquel día hubiera extendido la mano podría haber tocado el borde blanco de tu vestido de lino. Si tan solo hubiera extendido la mano podría tocar la suavidad de la tela que cubría tu cuerpo juvenil. Si tan solo hubiera extendido la maldita mano... pero no lo hice. No me atrevía siquiera a rozar tu dulce piel de igual forma que jamás me atreví a confesarte lo que por ti siento. Aunque, realmente no hacía falta confesar nada, tu astuta mente siempre ha sabido leerme como a un libro abierto.
¿Sabes? Durante aquel breve lapsus de tiempo fuimos libres. La libertad trajo consigo aquella maravillosamente falsa sensación de felicidad.
Recuerdo el olor de la fresca hierba sobre la que nos sentábamos. Recuerdo la frialdad con la que el río nos mordía los tobillos en él sumergidos. Recuerdo tu física presencia pero tu total ausencia. Qué cruel fuiste conmigo tratando de ser buena. Creías que dejándote querer saciarías mis ansias de amarte. No sabías que hoy, once años más tarde, muriéndome lentamente en esta mugrienta casa aún pienso en tu luz. Creías que en tan solo unas semanas me olvidaría de ti, exactamente como tú hiciste, pero jamás te sustituí por ninguna otra persona. Jamás siquiera contemplé semejante posibilidad. Ni en el día de tu boda pensé en traicionar el amor que siempre he sentido y sentiré por ti entregándoselo a cualquiera. Sí, acepté tu invitación y acudí a la boda, mas no pude soportar verte dispuesta a compartir tu vida con otra persona que no fuera yo, por eso huí rápidamente tras la ceremonia.

Oh, Estella, Estella, Estella. Ojalá estuvieras aquí sujetando mi moribunda mano mientras exhalo mis últimos suspiros.
¿Sabes? Siempre recordaré la suavidad de tus dulces labios al posarse sobre los míos en aquella oscura noche donde me diste nuestro primer y último beso.
Siempre recordaré como las estrellas le conferían a tus ojos el fulgor de plata digno de dos brillantes gemas.
Siempre recordaré el amor que me juraste, aunque no lo sintieras de verdad, porque yo sí que siempre te amaré. Incluso dentro de unos instantes, cuando haya muerto, seguiré sintiendo lo mismo por ti.




-Expresivísima.

miércoles, 28 de septiembre de 2016

Ojos negros.

Yo vi unos ojos negros que hicieron mi alma temblar.
Yo observé muy de cerca una mirada que puede matar.

Jamás pude confiar en nadie. Tú eso ya lo sabes bien. Me traicionaron tantas veces, y tantas de ellas creí que esa era la última, que acabé por perder la cuenta.
Tú no sabes en cuantas ocasiones me dijeron: "yo no soy como el resto, en mí puedes confiar". Tú no sabes todas las veces en las que tuve que oír: "cálmate, a mí todo me lo puedes contar". No sabes la cantidad de ocasiones en las que me lo he creído y, una y otra vez, siempre me vuelven a decepcionar.
Poco a poco me acabé encerrando, año tras año, un poquito más en mí. Al final ocurrió que me congelé por dentro. Lo único que podía ya sentir era un extraño frío vacío. Me culpaba noche tras noche por no poder sentir nada, mas fui yo quien me convirtió en eso. Todo lo malo que me ocurre es culpa mía, todo esto yo me lo merezco.

Sin embargo, un día, yo vi unos ojos negros que hicieron mi alma temblar.
Yo observé muy de cerca una mirada que puede matar.

Y, es que, el día que te conocí, algo dentro de mí cambió. El dolor no desapareció, pero la carga, por fin, fue mucho más fácil de soportar entre dos.  Todo gracias a ti.
En tu mirada se halla la negra muerte, mas cada día, al despertarme junto a ti, te observaba impaciente hasta que tus párpados se abrieran y me mostrasen semejante oscuridad.
Contigo junto a mí, por fin, sentía que nadie más volvería a traicionarme. Tú llenabas mi vacío. Tú calmabas mi ansiedad. Tú curabas mi dolor. Tú me hacías sentir cosas que ni en mis sueños más bonitos jamás me podría imaginar.
En tus ojos se hallaban dos oscuros abismos, mas en cada beso que me regalabas, yo me lanzaba sin pensar en aquella sinfín negrura.
El problema es que me ilusioné. Confíe demasiado. Creí que esta vez sería distinto. Realmente yo pensaba que si alguien me volvía a traicionar, podría superarlo. Pero ese alguien fuiste tú y aquello fue demasiado para mí. Así que aquí me tienes. Soy más muerte que vida.
La buena noticia es que ya no lloro. Quizás ya no me queden lágrimas o quizás, simplemente, he aceptado mi fin. Pero ya no lloro. No... Ya no lloro.
Esperaba poder aguantar este dolor. Esperaba poder soportar los golpes de pie. Pero la negrura clama por mí y su llamada es demasiado fuerte como para silenciarla.

Yo conocí unos ojos negros que hicieron mi alma temblar.
Yo observé muy de cerca una mirada que puede matar.

La muerte es tan oscura como tu infinita mirada. No lo puedo soportar más.




-Expresivísima.

martes, 20 de septiembre de 2016

Llega el fin.

Me consumo.
Se me acaba el tiempo, mi fin se acerca.
Me consumo.
Pierdo la cabeza, algo en mí me hace perderla.

Estoy en una tierra muerta. Un vasto escenario marrón se extiende ante mí. Tan solo me rodea el fugitivo pero inexistente tiempo. Avanzo de un extremo al otro de mi onírica prisión, O por lo menos intento avanzar ya que nada cambia, todo se mantiene estático. Me rodean unas grises fronteras de niebla.
Hiperventilo. Necesito tomar aire, aire frío,
Trato de correr y gritar pero absolutamente nada cambia.
Me estoy ahogando. Todo parece permanecer eternamente estático. Noto como mi corazón, cada vez más desbocado, me incita a huir de ahí. No sabe que estamos atrapados.

Me consumo.
Al principio esta extraña sensación me invadía poco a poco y para cuando me di cuenta y traté de evitarlo ya era demasiado tarde. Ya me habían robado el alma, o lo poco que de ella quedaba...

Me asfixio. Tengo que correr. Tengo que gritar. Tengo que huir y así poder respirar de una vez aire puro que me llene de verdad. No puedo seguir así, no creo que pueda aguantar mucho más. Necesito ayuda, pero no hay nadie a quien pueda acudir. Tan solo me rodea la soledad. La soledad y esta niebla gris. Si tan solo pudiera atravesarla, si tan solo pudiera disiparla... todo se solucionaría. La rabia nace en mí y arranco puñados de seca tierra muerta para lanzarlos contra las fronteras que me atrapan. Una terrible presión que nace justo en el centro de mi pecho me daña. Caigo al suelo gritando de dolor. No quiero que este sea mi fin, quiero vivir. Alzo la cabeza gimiendo por ayuda pero nadie me oye. Trato de gritar cada vez más alto que necesito ayuda y que, por favor, acabe mi martirio. ¿Cuánto más puedo aguantar? ¿Cuánto más podrá esto durar?
Todo parece perdido y, sin embargo, un tímido soplo de aire frío me acaricia la nuca. Me giro a tiempo de observar como se disipan mis fronteras. Quizás no esté todo perdido. Quizás algún benévolo dios de mí se haya compadecido. No lo sé. Tan solo soy consciente de que tengo un camino abierto, tengo una oportunidad. Avanzo por él hacia algo nuevo, quizás algo mejor. Veo algo en la distancia, se trata de mi destino. Aquello hacia lo que avanzo está muy oscuro pero sigo yendo en su dirección. Me paro justo en el borde y miro hacia abajo. Es un abismo. Ese es mi destino.

Me consumo. No ha cesado mi tormento sino que ahora ha empeorado por culpa de las falsas esperanzas que un cruel dios en mí ha creado. Ya está, hasta aquí he llegado, al fin del trayecto. No puedo más.
El abismo se abre justo a mis pies enfrentándome con su mirada azabache.


Quizás debería, simplemente, dejarme caer.



-Expresivísima.

viernes, 29 de julio de 2016

Muchacha en la ventana de Dalí.

No sé cuánto tiempo llevo aquí esperando. Unos segundos, unas horas, unos meses, unos años. Una eternidad y a la vez un instante.
Tan sólo sé que el sol ya salió. Tan sólo sé que él se marchó y que no me esperó. Tan sólo noto ya el viento matinal mordiéndome la piel. El frío duele, pero me hace sentir que sigo viva, que estoy aquí.
Me gusta el color del mundo por las mañanas, cuando el sol está estrenando sus rayos y todo está recién pintado. El cielo amanece nublado. El mar está tan gris como sus distantes ojos. A lo lejos, al otro lado de la bahía, empieza a despertar la vida. Un pequeño velero comienza a surcar las olas que van a romper a las rocas situadas tres pisos bajo mi ventana. Las afiladas rocas negras -tan oscuras como su rizado pelo-  se manchan de la blanca espuma salada; ¿está llorando el mar? No, estoy llorando yo... Es la primera vez en mucho tiempo que lloro; es un alivio, creía que jamás volvería a sentir nada.
Estoy sola. Ahora me doy cuenta. Sin embargo, aún lo siento aquí. Suspiro y me llega el perfume de su cabello. Cierro los ojos y noto sus manos rodeando mi cintura. Acaricio mi blanco vestido y es como si acariciara la suave piel de su cuello. Me aferro al marco de la ventana y siento su presencia aquí, junto a mí, como si estuvieras tan cerca...
Pero estoy sola. Ahora me doy cuenta.  La realidad golpea de frente cuando menos te lo esperas.

Se ha ido, jamás lo volveré a ver. Esa es la triste realidad que he tenido que soportar durante tanto tiempo. Esa es la triste realidad que me niego a aceptar.
"Ni la muerte podrá separarnos". Repito una y otra vez mientras me acerco poco a poco a tus inmensos ojos grises. El frío viento me golpea mientras me precipito a las negras rocas -tan oscuras como su rizado pelo-. El frío duele, pero me hace sentir que sigo viva, aunque no durante mucho más tiempo.

miércoles, 1 de junio de 2016

Cartas de un escritor enamorado #8

Madrid, 30/11/1935


Querida Isabella:
¡Qué feliz me haces con tus tiernas palabras, Isabella! Tus cartas tienen esa característica de hacerme sonreír desde el comienzo, cuando la abro y me inunda el dulce aroma de la fragancia con que la adornas, hasta que leo la última palabra y la guardo en lo más profundo de mi memoria para volver a ella una y otra vez.
Llevo varios días, desde que recibí tu carta, sonriendo y recordando tus dulces y tiernas palabras. Jamás había creído que podría ser tan feliz. Solo tú, la persona más perfecta del universo, has podido lograrlo. Nunca podré agradecerte todo lo que, sin saberlo, haces por mí; por eso mismo estoy deseando que llegue el día en el que nos casemos, para poder hacerte la persona más dichosa cada día de mi vida. Te escribiré los versos más bonitos estos meses en que no estemos juntos. Haré que este último invierno separados sea el menos frío de tu vida. Ahora que sé que mis poemas se publican también en Barcelona y que eres una ferviente lectora volcaré toda mi alma en mis palabras para que te lleguen directamente a ti. Todo lo que escribo va para ti, todos los poemas que leo hablan sobre ti, todas las canciones que escucho te cantan a ti, toda mi existencia gira en torno al dorado brillo que vive en tus ojos.
Mi ángel caído del cielo. Mi dulce princesa de cuento.

En tu anterior carta me has contado como la boda que tus padres te están organizando será celebrada a primeros de Mayo, por eso nos fugaremos dos semanas antes, a mediados de Abril. El día 18 de Abril cogeré un tren destino Barcelona con la excusa de ir a arreglar unos asuntos familiares. Técnicamente no estoy mintiendo, voy a arreglar el hecho de que tú aún no seas mi esposa y de que aún no hayamos empezado a formar una familia.
También me contaste en tu carta lo mucho que sufres al aparentar que estás ilusionada con la boda y que te pasas las noches llorando deseosa de que yo me encuentre en el lugar de tu "prometido". No sabes lo muchísimo que me duele imaginarte en esa situación. Intento que mis pensamientos se centren en nuestro encuentro en el andén y en nuestra futura vida como un matrimonio feliz que no tiene que esconderse, en lugar de imaginar a mi dulce Isabella sufriendo por culpa de que se ha enamorado de un pobre y miserable poeta. Por no mencionar el hervor que siento en la sangre cada vez que pienso en el hombre con el que tus padres quieren que te cases. Cuando pienso en que ese desgraciado respira el mismo aire que mi diosa personificada el corazón me estalla de furia y cuando imagino situaciones en las que ese canalla podría haber intentado besarte siento como un ácido venenoso nace en mi interior emponzoñándolo todo a su paso.
Tan solo quedan cuatro meses para poder convertirme en tu marido. Solo cuatro fríos meses y seré la persona más dichosa del universo. Cada átomo de mi cuerpo suspira por ti.
Isabella, lo que te voy a pedir ahora sé que será muy duro. No me contestes a esta carta y no me escribas ninguna más. Es por tu seguridad, si tus padres ven que te pasas las tardes escribiendo cartas en lugar de organizar la boda que nunca se celebrará... temo que se den cuenta de nuestras intenciones. Para poder sobrellevar este período de separación antes de poder estar siempre juntos te recomiendo que hagas lo mismo que yo: sueña despierta. Yo siempre hago eso y, gracias a hacerlo, me he convertido en el poeta que hoy soy. Siempre estoy imaginando como será nuestra futura casa, nuestros futuros hijos y, sobre todo, con el tacto de tu piel, la suavidad de tu pelo, el sabor de tus besos... Te necesito tanto conmigo que, al no tenerte, solo me queda soñarte.
Echaré demasiado de menos leer tus preciosas cartas, pero esto es por seguridad. En tan solo cuatro meses estaremos juntos para siempre.

Cuídate mucho, ya que yo no puedo cuidarte.
Con toda mi alma y con todo mi corazón; siempre tuyo,


Fernando.

sábado, 21 de mayo de 2016

Coup de foudre.

La vi por primera vez aquella tarde de otoño cuando las hojas secas apenas comenzaban a cubrir los áridos caminos. Aquel triste y frío día nublado la miré por vez primera a los ojos y algo muy dentro de mí cambió para siempre.
En Francia existe una expresión para el amor a primera vista; 'coup de foudre', literalmente significa 'golpe de relámpago'. Esto sentí yo. Tan solo con una mirada sentí un trueno naciendo en mi nuca y expandiéndose en mi interior hasta recorrer cada terminación nerviosa existente en mi cuerpo. Sentí como mi alma huía de mí para acudir al lado de aquella de quien mis ojos no podían separarse. Juro por todos los dioses reales e imaginarios que el tiempo se detuvo cediéndome la oportunidad de mirar eternamente a esos cristalinos ojos de sombras.
Sin embargo, el azar o el destino (ya no sé quien guía mi vida) decidió que todo esto que yo experimentaba no era suficiente. Por eso, ella me miró. Sus ojos encontraron a los míos y, juro por cualquier deidad pasada y presente, que tan solo existíamos nosotras dos, todo lo demás simplemente desapareció. La tierra se detuvo, nada se movía más que el brillo de sus ojos de zafiro. Los astros se acercaron para poder observar aquella mirada que competía con cualquier estrella. Cualquier poeta habría dicho que el universo se reducía a esos celestes ojos, mas yo no soy cualquier poeta. Para mí su mirada eran dos agujeros negros que me absorbían lentamente hasta lograr hacerme desaparecer en su eterna belleza; pero yo no hacía nada para escapar, porque yo quería profundizar en su mirada turquesa. Ya no precisaba de ningún cielo cobalto que me cubriera ni de ningún cristalino mar en el que bañarme, todo lo que necesitaba eran esos brillantes ojos. Cualquier poeta habría dicho que sus ojos son dos claras lagunas en las que poder bañarte, mas yo no soy cualquier poeta. Yo me sumergí en un infinito y solitario océano, me hundía lentamente en ese mar de topacios sin hacer nada para intentar alcanzar la superficie; porque yo quería estar ahí, ahogándome en lo más profundo de su mirada. Su mirada puesta única y exclusivamente en mí.
Cualquier poeta habría dicho que sus ojos eran dos gotas de rocío. Pero, en realidad, eran dos lágrimas nocturnas de una triste niña a la que le acaban de romper el corazón.
Cualquier poeta habría dicho que su mirada encierra todo lo bueno del mundo. No obstante, yo sé que tras esos dulces ojos se encuentra un alma despiadada. Disfrutas rompiendo corazones, hiriendo a cualquiera y enamorando a tu paso. Dices que es por venganza de un primer amor fallido que todavía duele, mas yo sé que todo esto te divierte.
No eres la única que miente. Yo siempre digo que no me enamorarás, mas desde aquella nublada tarde otoñal no ceso de suspirar porque me vuelvas a mirar.
Cualquier poeta te habría dicho lo mucho que le afecta tu mirada, mas yo no soy cualquier poeta.


-Expresivísima.

viernes, 13 de mayo de 2016

Lunares.

El día hacía rato ya que acabó. Las estrellas hicieron su acto de presencia hacía unas horas -o unos días, o unos años-. La lluvia ya había cesado tiempo atrás y nos quedábamos sin motivos por los que refugiarnos en mi cama. Pero ahí seguíamos, contándonos los lunares como si no tuviéramos de que preocuparnos. No importaba que te fueras a ir para siempre; porque yo intentaba convencerme de que esa noche era eterna, aunque los minutos se esfumasen entre mis manos con la misma rapidez que tú. No importaba tampoco que me fueras a olvidar, yo recordaría nuestros momentos juntos con la misma intensidad con la que lo haríamos ambos. No importaba que fueras a dejar de amarme, yo jamás lo haría.
Cada roce de las yemas de tus dedos en mi desnuda piel me producía mil escalofríos cargados de melancólicas memorias. No decías nada, tan solo me secabas las lágrimas con dulces besos. Yo te gritaba en silencio que te quedaras. Pero no podías -o no querías- oírlo. Tú, culpa de mi dolor y cura del mismo, me dejarías en esta triste ciudad a solas con mis recuerdos, con nuestros recuerdos. Tú, causa y sanación de mis heridas, te marcharías para no volver. 
Con los fríos rayos de un amanecer invernal decidiste dejarme llorando y marcharte ya. Te tenías que ir y no podías hacer nada para evitarlo; o por lo menos eso es lo que te repetías una y otra vez tratando de auto convencerte. La verdad es que ambos sabíamos que sí podías evitarlo, que tenías otra opción.
El sol salió sin importarle lo que ocurría en esa habitación o en mi interior. El mundo seguía girando, el tiempo seguía corriendo y las personas seguían viviendo sus mundanas vidas. A nada ni nadie parecía importarle que me estaba muriendo por dentro. Cada segundo que mi piel pasaba alejada de la tuya era como una puñalada de frío acero en el pecho. Por desgracia, el tiempo seguía sin detenerse y ya era la hora de despedirnos.
Seguíamos en silencio. Te observaba empaquetar tus últimas cosas intentando captar cada milímetro de tu esencia para poder recordarte cuando ya no estés. Estabas junto a mí y ya me dolía tu ausencia entre mis brazos. Una vez en la puerta nos observamos en silencio. Cuando pensaba en ese momento se me ocurrían mil cosas que decirte para que te acordaras siempre de mí, ahora me parecen basura. 
Esa noche me has enseñado que los silencios dicen más que cualquier palabra.
Me pediste que no llorara más. Me extrañó oír tu ronca voz y me extrañó seguir llorando. 
El mundo era ahora para mí de un eterno color gris.

viernes, 6 de mayo de 2016

Cartas de un escritor enamorado #7

Madrid, 17/11/1935

Querida Isabella:
Estabas tan dolida en tu última carta que tus dulces palabras conmovieron mi corazón. No te aflijas, no te apenas, por favor, mi dulce ángel; tengo la solución a nuestros problemas. En tu carta me decías que sí, que necesitamos un plan para poder estar juntos pero que no logras imaginarte cómo podríamos hacerlo. Lo dejaste todo en mis manos, confiaste ciegamente en mí y yo no te he defraudado. Tengo un plan ideal gracias al cual podremos pasar el resto de nuestros días juntos, sin escondernos, sin secretismos, siendo una pareja más en la multitud.
Mi dulce princesa de cuento. Mi ángel caído del cielo.
Por fin podremos ser felices y vivir nuestro amor libremente. Por fin, tras tantos meses esperándolo, todo aquello con lo que hemos soñado se hará realidad. Por fin estaremos juntos.
En una de tus anteriores cartas me confesaste que tan solo una persona de tu entorno sabía nuestro secreto y que esa persona es el ama de llaves, la cual te ha criado como a su propia hija. Precisaremos de su ayuda y total confianza para el plan que he maquinado.
Para estar siempre juntos; ¡nos fugaremos a Francia! ¿No crees que es increíble? ¡Seremos como personajes de novela! ¿No es maravilloso?
Mi idea es irnos a Marsella donde conozco a un editor muy amigo mío el cual siempre me ha insistido mucho para que vaya a vivir allí a trabajar con él ya que es un gran admirador de mi obra. Él nos dejaría vivir en su hogar durante unas semanas hasta que, con mis ahorros, podamos comprar una casa donde formar nuestra familia. Nuestra boda tendríamos que organizarla rápido para poder mudarnos juntos lo antes posible, no puedo esperar para ser tu marido y que tú seas mi esposa. La celebración sería sencilla; tan sólo tú, yo y un par de testigos ya que yo no tengo familia y es mejor no contárselo a la tuya hasta que estemos esperando a nuestro primer hijo, así tan solo les quedará resignarse a lo inevitable. ¿Qué te parece? ¡Oh, mi dulce Isabella, espero que estés tan ilusionada como yo lo estoy ante esta idea!
¡Pero si aún no te he contado la parte más difícil, tonto de mí! Primero te relataré lo que yo debo hacer y después tu parte,
     Yo acudiré en una fecha, que ya acordaremos, a Barcelona excusándome ante la editorial y ante mis amistades que debo atender a unos asuntos familiares, Una vez allí, te dejaré una carta en la puerta de tu casa dirigida al ama de llaves; en la carta te explicaré dónde me alojo y te entregaré dos billetes de tren. El último día que me quede en la ciudad mandaré mi carta de dimisión a la editorial para que les llegue cuando ya estemos fuera del país. Luego nos reuniremos en la estación de tren de Barcelona donde nos subiremos a uno dirección Gerona y, desde allí, ese mismo día tomaremos otro tren el cual nos llevara a Montpellier. Una vez ahí cogeremos un coche, dirección a Marsella, que mi amigo y editor habrá dejado preparado para nosotros. Aunque parezca muy complicado todo esto lo he pensado por una buena razón: que sea imposible seguirnos el rastro.
     Tu parte es quizás la más difícil por el siguiente motivo: debes fingir que has cambiado de opinión sobre el matrimonio arreglado por tu padre y debes mostrarte ilusionada con los preparativos de la boda, así todo el mundo estará ocupado organizándolo todo y gozarás de cierto margen de invisibilidad del cual nos aprovecharemos. Sé que esto resultará difícil para ti, créeme cuando te digo que me dolerá imaginarte paseando del brazo de ese hombre, pero es lo que tienes que hacer para poder estar siempre juntos. El día en el que tendremos que coger el tren finge que tienes que ir a hacer unos recados para la boda y que precisaras la ayuda del ama de llaves para cargar con las cosas, como todo el mundo estará ocupado, ya que será cerca de la fecha de tu boda, nadie te impedirá ir sola. Te recomiendo que te lleves una maleta pequeña con lo indispensable para no levantar sospechas, ya te compraré yo en Marsella todo lo que quieras.
Estoy muy ilusionado con la idea de fugarnos y espero impaciente tu respuesta. Eres lo mejor que me ha ocurrido en la vida, das sentido a mi existencia y pensar que pronto estaremos juntos para siempre hace que el corazón se me quiera salir del pecho.

Últimamente todos mis poemas son sobre ti. Me pregunto si los publicarán allá en Barcelona y si tú, mi dulce musa, alguna vez los lees.
Pronto nos veremos, te lo prometo mi dulce diosa.
Con todo el amor con el que es posible amar. 
                Siempre tuyo, pronto juntos,
Fernando.          


viernes, 29 de abril de 2016

#Rewrite ¿Alguna vez has disparado una pistola de verdad? - Te perdono.

Por fin el día que había esperado durante tantos meses estaba ahí. Había meditado profundamente sobre lo que iba a llevar a cabo durante semanas y, por fin, estaba más preparada que nunca. Tenía el lugar, la cuartada, el arma, las ganas... todo, lo tenía todo. Nada podría salir mal. Lo cité en un prado junto a la carretera que salía de la ciudad sobre la medianoche. Cualquier otro no habría aceptado quedar en aquel lugar a esas horas, pero él estaba tan obsesionado con conseguir mi perdón que era incapaz de negarme nada. Realmente lo iba a perdonar, pero a mí manera, y para siempre. Llegué pronto al lugar de encuentro y él ya estaba ahí, nervioso e impaciente. Sin embargo, yo estaba muy tranquila y con una excitación infantil recorriéndome. Estaba segura de que todo saldría a la perfección.
Era una noche lluviosa, de mis preferidas. La fina llovizna que caía le daba un aspecto tenebroso a la escena, digno de película. Una densa niebla cubría la húmeda tierra de aquel lejano páramo. Una cúpula de brillantes estrellas hacía compañía a la solitaria luna llena. Salí del coche con el arma escondida, levanté la cabeza al cielo, cerré los ojos y, tras tomar una enorme bocanada de nocturno aire fresco, sonreí. "Que empiece el juego", me dije a mí misma dirigiéndome hacia él. Empezó con sus patéticas disculpas en cuanto me vio, pero yo seguí caminando hacia el lugar más alejado de la carretera, junto a unos matorrales y árboles. Antes de que siguiera disculpándose saqué el arma. El metal de la pistola brilló a la luz de la luna haciendo que toda la atención cayera sobre ella. Se quedó petrificado. Sonreí dejándole tiempo para que se diera cuenta de que esos eran sus últimos segundos de vida. Le miré a los ojos y, mientras cargaba el arma, le dije: "te perdono". Intentó huir pero mi bala fue más rápida. Me senté a su lado, en la tierra manchada de su sangre, le cogí el paquete de tabaco y el mechero que siempre lleva consigo y me puse a fumar en su honor. El viento arrastraba consigo el humo del cigarro como queriendo fundirse con él. Necesitaba un pequeño descanso, ahora llegaba la parte más tediosa; el despiece y la eliminación de pruebas.
Pero estaba tranquila, muy tranquila. Tras mucho tiempo de tristeza por fin había conseguido volver a ser feliz.
La venganza es un plato que se sirve frío, tan frío como un cadáver.




                                                                                                                 -Expresivísima.

lunes, 25 de abril de 2016

El beso de Klimt

La hora de oro llegó.
Exactamente igual que ayer y que todos los otros días. Pero hoy es distinto porque hoy no estoy contigo. No puedo evitar que acuda a mi mente el recuerdo de nuestro encuentro de anoche, aunque no fue un encuentro normal como el de estos meses, fue nuestro último atardecer juntos.
Ya habíamos hablado sobre esto en otros anocheceres. Estábamos destinados a no ser. No puedo hacer nada para escapar de mi futuro.
Hoy me fui, te dejé atrás y, aunque a ambos nos duela, no volveré jamás.
Durante todos estos meses has conseguido hacerme feliz, eso es algo que jamás creí que volvería a ocurrir. Siempre me pedías que sonriera, que el mundo necesita ver mi sonrisa; y yo siempre te contestaba que sonrío por y para ti, porque tú eres mi mundo. Todas las tardes me pedías por favor que no huyera de la felicidad mientras veíamos el sol hundirse en el mar tintando de fuego las bajas nubes. Todo los atardeceres me suplicabas que no me deprimiera cuando me fuera porque no soportarías saber que estoy mal y que no puedes hacer nada para ayudarme. Pero yo te prometo que aguantaré todo lo que haga falta, lo haré por ti . Cada vez que desee desaparecer recordaré  tu silueta recortada contra el moribundo sol esperándome en el muelle. Cada vez que crea que mi existencia es inútil recordaré el olor de tu cuello y la forma de tu cuerpo al abrazarme. Cada vez que piense que a nadie le importo recordaré el roce de tu mano en mi mejilla y la suavidad de tu ronca voz al decirme "te he echado demasiado de menos". Cada vez que me tiente notar el frío acero en mis entrañas me acordaré del beso, de nuestro beso.
Aquel dorado beso rondará eternamente en mi memoria. A pesar de que fue ayer lo noto tan lejano... Siento aún tus manos cogiendo suavemente mi cara mientras tus labios despiertan en mí mil emociones antes desconocidas tan solo con un leve roce. Podría quedarme toda la eternidad en el momento anterior a ese, cuando nuestros labios estaban a punto de alcanzarse. Ese momento en el que un aura dorada nos inunda anunciando la muerte del día. Aún noto el cosquilleo en mis impacientes labios por rozar los tuyos mientras mil escalofríos me recorren la piel. Vibrantes motas de polvo nos rodeaban en un halo de oro.
Puede que nuestra historia fuera breve, puede que el destino nunca nos quisiese juntar. Pero nuestro amor no tiene tiempo para cosas tan insignificantes como nuestros propios destinos, está muy por encima de todo eso. Por eso sé que por muy lejos que me vaya y que aunque nunca nos volvamos a ver me amarás tanto como yo a ti, con tal intensidad que hasta duele. Puede que nuestra historia fuera breve pero eso la hace única.

Sellaste nuestra despedida con un beso.
Un beso que me acompañará hasta la muerte.

sábado, 16 de abril de 2016

A la chica del metro.

A ti, que todos los días te veo en el mismo vagón del mismo metro, quiero decirte que tu sonrisa me ilumina el día.  Necesito contarte que cuando tus ojos marrones se posan en mí, me quitas el aliento. Deseo confesarte que siempre he temido a la noche, pero jamás una oscuridad me ha parecido tan bella como la de tu negro pelo. Anhelo tocar tus sonrosadas mejillas para así comprobar que sí existe algo más suave que el terciopelo.
Todos los días te veo en el mismo vagón del mismo metro. A dónde vas yo no lo sé, pero me da igual. Tan solo me importa verte, coincidir contigo.
Alégrame el día.
Alégrame la vida.
Yo, he de decirte que he pasado una muy mala época. Al principio quería comerme el mundo, pero el mundo me acabó comiendo a mí.  Me quedaba todo el día en cama con pensamientos suicidas. Solo quería desaparecer. No dormía, no comía, no vivía. Pero, un día, me cansé de todo. Me duché, me vestí y salí a la calle sin un rumbo fijo; tan solo quería andar, despejarme, sentir el viento en mi cara. Como por casualidad llegué al metro y, sin pensarlo muy bien, subí al primer tren que pasaba.
Fue entonces cuando te vi. Al instante me pregunté como era posible que hubiera pasado mi vida entera sin saber de tu existencia. Me miraste, me sonreiste y, sin tú saberlo, cicatrizaste todas mis heridas. Me quedé todo el viaje hipnotizado. Cuando te bajaste en tu parada estuve aún un rato más sin lograr reaccionar. Al fin me recompusé y salí a la calle. No sabía dónde estaba, pero no me importaba. Volvía a sonreír tras meses sin lograrlo, y todo gracias a ti.
Desde ese día siempre cojo el mismo metro a la misma hora; aunque no tenga a donde ir, lo hago sólo para verte a ti. Pero me avergüenzo de mí mismo. Si supieras lo que hago sin motivo, seguramente te asustarías; esta sociedad actual tristemente no entiende de romanticismo, y yo soy un romántico empedernido. Por eso jamás me he atrevido a hablarte, por eso mismo esto jamás será posible.
Una vez leí que hay algunos amores que es mejor que se queden en platónicos, así siempre serán incorruptibles y perfectos.
He decidido empezar una nueva vida desde cero.
Mañana mismo me mudaré lejos, muy lejos. No creo que vuelva a verte en persona, pero sí lo haré en mis sueños.

Sinceramente, espero que notes mi ausencia.

                                   -Expresivísima.

lunes, 28 de marzo de 2016

La noche estrellada de Van Gogh.

Azul.
Todos los días es igual.
Miro por la ventana y lo único que veo es el mismo cielo. Siempre el mismo cielo azul, tan azul como mis sueños tristes; porque los sueños son de colores. Azul con irregulares manchas blancas allá rodeando los rayos del sol otoñal.
Todas las mañanas es igual.
Paseando por las pobladas calles de la avenida miro a las altas copas de los desnudos árboles y lo único que veo entre sus finas ramas es azul. Siempre el mismo azul agrietado por las ramificaciones de los altos árboles. Siempre azul con irregulares manchas blancas.

Tú me dices que no me preocupe, que no llore, que mientras esté bajo este azul manchado todo irá bien.
Tú me pides que no me enfade, que no grite, que este cielo lo compartimos tú y yo a pesar de los kilómetros de distancia. Pero no entiendes que no quiero compartir azul, que yo lo que quiero es compartir estrellas.

No entiendes que este azul no significa nada, crees que lo es todo, crees que el día es lo único que importa. No comprendes las cosas ya, vives en tu eterno mundo azul. olvidándote de todo menos de las meras banalidades que te ajetrean tanto.
Ya no recuerdas aquella vez en la colina compartiendo la misma negra cúpula de blancas constelaciones. Ya no recuerdas como la vieja ciudad dormida a nuestros pies intentaba imitar con sus luces a las eternas estrellas. Ya no recuerdas nuestra noche estrellada, ni la negrura del cielo, ni los infinitos brillos. Para ti solo existe ya este azul manchado.

Estas siempre absorto, distraído, ocupado, con tus nuevas preocupaciones. Preocupaciones hechas de papel. Preocupaciones que caerán, que se romperán. que desaparecerán. Exactamente igual que este azul otoñal el cual con los primeros días de invierno se transformará en mil matices de grises. Justo al contrario que las infinitas constelaciones de nuestra eterna noche estrellada, que siempre estará ahí inmortalizada.

Dime. ¿por qué renuncias a nuestra eternidad? ¿Por qué quieres olvidar aquella noche inmortal? ¿Por qué ahora deseas ser finito? Has renunciado ha nuestra memoria y a nuestro recuerdo. Quieres olvidarte de mí. Quieres hacerme desaparecer. Quieres quitarme la inmortalidad que este amor nos dio.

Me dices que no llore, porque no quieres verme sufrir. Me dices que no grite, mientras me arrancas nuestros recuerdos con una oxidada arma. No te das cuenta de que eres tú la causa de este terrible azul. Eres tú quien, lentamente, aleja de mí aquella noche estrellada. Eres tú quien, ansiosamente, deseas que llegue el amanecer de nuestra eterna noche para ver al matutino azul.


                                     -Expresivísima.

sábado, 13 de febrero de 2016

Cartas de un escritor enamorado #6

                                                                                                                            Madrid, 13/10/1935.

Querida Isabella:

Cuando recibí tu última carta yo no sabía cómo reaccionar. Desde la primera línea sentí a mi alma asomándose al borde de un oscuro abismo. Según iba leyendo tus palabras mi alma se inclinaba más y más para lograr atisbar el final, el fondo del abismo, pero era infinito. El punto y final que sentenció tus palabras también me sentenció a la caída, me sentenció a ser engullido por la más terrible negrura, por la oscuridad de la depresión y la angustia del fondo del abismo.
Mi dulce princesa de cuento. Mi ángel caído del cielo.
Sin ti me siento vacío. Sin ti no soy nada. Sin ti yo me muero. Sin tu dulce presencia a mi lado tan sólo soy un grano de arena perdido en el desierto siguiendo su avance por un brillo interior de esperanza. Porque sí, aún tengo esperanza. A pesar de que tu padre te ha prometido a un hombre que ni siquiera conoces y tan solo por sus viles negocios...
¡Cómo osa tratar como a una vulgar mercancía a la perfección personificada!
¡No puedo soportar ver lo que te hace padecer!
Tú no mereces eso, Isabella, mi dulce y amada Isabella... Tú mereces las joyas más brillantes de los seis continentes, sólo aquellas que compitan en brillo y belleza con las estrellas. Tú mereces los vestidos más sedosos de todos los ropajes existentes, tan sólo los más delicados podrán acariciar tu perlada piel. Tú mereces los libros con las historias de amor más bonitas del mundo, Isabella, una historia como la nuestra, de las que acaban felices y comiendo perdices. Tú mereces ser tratada como la divinidad que eres.
Te daré eso y más. Te daré el cielo si me lo pides.
Yo te he prometido pasar el resto de nuestra existencia juntos, y lo haré. Tu padre te ha prometido a un cualquiera sin saber que ya estás comprometida conmigo.
Jamás renunciaré a ser feliz envejeciendo junto a ti. Porque tengo esperanza. Por eso no me voy a volver a hundir. Esta vez seré fuerte, porque sé que todo mejorará. Aguantaré con todo lo que el destino ponga en mi camino, lo haré por ti mi dulce ángel.
Para poder ser felices y casarnos en Francia como teníamos pensado debemos maquinar un perfecto plan. Pero tú tranquila, mi princesa, yo me encargo de todo.

Te amaré toda mi vida con la misma intensidad con la que lo hice el primer día, recuérdalo siempre.

Siempre tuyo,

                                                                                                    Fernando,

martes, 19 de enero de 2016

Los nenúfares de Monet

Era un día soleado. El cielo, tan azul como sus ojos, se entreveía entre las hojas de los nenúfares, de violetas y celestes pétalos, en la clara agua del lago.
Una atmósfera de liláceos y azulados rayos me rodeaba. Sentía que nada podía salir mal mientras observaba las nadadoras flores, a pesar de que sabía que mi mundo entero se quebraba poco a poco. Todo lo que tenía planeado, todo lo que había conseguido y todo aquello con lo que soñaba había caído como una montaña de naipes ante un soplo ligero.
Todo por culpa de esos ojos cristalinos como el lago de los nenúfares que me devuelve mi imagen distorsionada. Mis nenúfares... los únicos sobrevivientes a aquel desastre que me había acechado del cual ni un átomo de mí se había salvado.
Y todo por culpa de aquellos ojos hipnotizadores que al mirarme me abrazaban el alma y me llenaban de una cálida y suave ternura.
Aquellos malditos ojos que me enamoraban mirada tras mirada.
La verde hierba acariciaba mis piernas. El cálido viento revolvía mi pelo. La fría agua me entumecía los pies. Y yo, tan solo pensaba en aquellos ojos de espejo, de espejo como el lago de las azules flores.
El espejo me miraba como sus ojos lo hacían; sin dejarme olvidar el horror que acechaba mi alma, un horror mundanamente llamado "desamor". Aquel horror del que sus ojos eran la causa y perdición. Aquel horror del que jamás podría escapar.

Me hundí en sus ojos de agua para intentar olvidar. Por primera y última vez me dejé llevar por su mirada de agua acariciando a mi paso los celestes nenúfares. La hierba ya no me acariciaba.
El viento ya no me despeinaba. Y el frió era lo único que ahora notaba.
Jamás me había dejado atrapar por sus ojos, excepto ahora.
No hay mejor manera de morir que en este azul tan cristalino como aquel azul maligno que me destruyó.

                                                                                         -Expresivísima.