sábado, 13 de febrero de 2016

Cartas de un escritor enamorado #6

                                                                                                                            Madrid, 13/10/1935.

Querida Isabella:

Cuando recibí tu última carta yo no sabía cómo reaccionar. Desde la primera línea sentí a mi alma asomándose al borde de un oscuro abismo. Según iba leyendo tus palabras mi alma se inclinaba más y más para lograr atisbar el final, el fondo del abismo, pero era infinito. El punto y final que sentenció tus palabras también me sentenció a la caída, me sentenció a ser engullido por la más terrible negrura, por la oscuridad de la depresión y la angustia del fondo del abismo.
Mi dulce princesa de cuento. Mi ángel caído del cielo.
Sin ti me siento vacío. Sin ti no soy nada. Sin ti yo me muero. Sin tu dulce presencia a mi lado tan sólo soy un grano de arena perdido en el desierto siguiendo su avance por un brillo interior de esperanza. Porque sí, aún tengo esperanza. A pesar de que tu padre te ha prometido a un hombre que ni siquiera conoces y tan solo por sus viles negocios...
¡Cómo osa tratar como a una vulgar mercancía a la perfección personificada!
¡No puedo soportar ver lo que te hace padecer!
Tú no mereces eso, Isabella, mi dulce y amada Isabella... Tú mereces las joyas más brillantes de los seis continentes, sólo aquellas que compitan en brillo y belleza con las estrellas. Tú mereces los vestidos más sedosos de todos los ropajes existentes, tan sólo los más delicados podrán acariciar tu perlada piel. Tú mereces los libros con las historias de amor más bonitas del mundo, Isabella, una historia como la nuestra, de las que acaban felices y comiendo perdices. Tú mereces ser tratada como la divinidad que eres.
Te daré eso y más. Te daré el cielo si me lo pides.
Yo te he prometido pasar el resto de nuestra existencia juntos, y lo haré. Tu padre te ha prometido a un cualquiera sin saber que ya estás comprometida conmigo.
Jamás renunciaré a ser feliz envejeciendo junto a ti. Porque tengo esperanza. Por eso no me voy a volver a hundir. Esta vez seré fuerte, porque sé que todo mejorará. Aguantaré con todo lo que el destino ponga en mi camino, lo haré por ti mi dulce ángel.
Para poder ser felices y casarnos en Francia como teníamos pensado debemos maquinar un perfecto plan. Pero tú tranquila, mi princesa, yo me encargo de todo.

Te amaré toda mi vida con la misma intensidad con la que lo hice el primer día, recuérdalo siempre.

Siempre tuyo,

                                                                                                    Fernando,