viernes, 29 de julio de 2016

Muchacha en la ventana de Dalí.

No sé cuánto tiempo llevo aquí esperando. Unos segundos, unas horas, unos meses, unos años. Una eternidad y a la vez un instante.
Tan sólo sé que el sol ya salió. Tan sólo sé que él se marchó y que no me esperó. Tan sólo noto ya el viento matinal mordiéndome la piel. El frío duele, pero me hace sentir que sigo viva, que estoy aquí.
Me gusta el color del mundo por las mañanas, cuando el sol está estrenando sus rayos y todo está recién pintado. El cielo amanece nublado. El mar está tan gris como sus distantes ojos. A lo lejos, al otro lado de la bahía, empieza a despertar la vida. Un pequeño velero comienza a surcar las olas que van a romper a las rocas situadas tres pisos bajo mi ventana. Las afiladas rocas negras -tan oscuras como su rizado pelo-  se manchan de la blanca espuma salada; ¿está llorando el mar? No, estoy llorando yo... Es la primera vez en mucho tiempo que lloro; es un alivio, creía que jamás volvería a sentir nada.
Estoy sola. Ahora me doy cuenta. Sin embargo, aún lo siento aquí. Suspiro y me llega el perfume de su cabello. Cierro los ojos y noto sus manos rodeando mi cintura. Acaricio mi blanco vestido y es como si acariciara la suave piel de su cuello. Me aferro al marco de la ventana y siento su presencia aquí, junto a mí, como si estuvieras tan cerca...
Pero estoy sola. Ahora me doy cuenta.  La realidad golpea de frente cuando menos te lo esperas.

Se ha ido, jamás lo volveré a ver. Esa es la triste realidad que he tenido que soportar durante tanto tiempo. Esa es la triste realidad que me niego a aceptar.
"Ni la muerte podrá separarnos". Repito una y otra vez mientras me acerco poco a poco a tus inmensos ojos grises. El frío viento me golpea mientras me precipito a las negras rocas -tan oscuras como su rizado pelo-. El frío duele, pero me hace sentir que sigo viva, aunque no durante mucho más tiempo.