martes, 19 de enero de 2016

Los nenúfares de Monet

Era un día soleado. El cielo, tan azul como sus ojos, se entreveía entre las hojas de los nenúfares, de violetas y celestes pétalos, en la clara agua del lago.
Una atmósfera de liláceos y azulados rayos me rodeaba. Sentía que nada podía salir mal mientras observaba las nadadoras flores, a pesar de que sabía que mi mundo entero se quebraba poco a poco. Todo lo que tenía planeado, todo lo que había conseguido y todo aquello con lo que soñaba había caído como una montaña de naipes ante un soplo ligero.
Todo por culpa de esos ojos cristalinos como el lago de los nenúfares que me devuelve mi imagen distorsionada. Mis nenúfares... los únicos sobrevivientes a aquel desastre que me había acechado del cual ni un átomo de mí se había salvado.
Y todo por culpa de aquellos ojos hipnotizadores que al mirarme me abrazaban el alma y me llenaban de una cálida y suave ternura.
Aquellos malditos ojos que me enamoraban mirada tras mirada.
La verde hierba acariciaba mis piernas. El cálido viento revolvía mi pelo. La fría agua me entumecía los pies. Y yo, tan solo pensaba en aquellos ojos de espejo, de espejo como el lago de las azules flores.
El espejo me miraba como sus ojos lo hacían; sin dejarme olvidar el horror que acechaba mi alma, un horror mundanamente llamado "desamor". Aquel horror del que sus ojos eran la causa y perdición. Aquel horror del que jamás podría escapar.

Me hundí en sus ojos de agua para intentar olvidar. Por primera y última vez me dejé llevar por su mirada de agua acariciando a mi paso los celestes nenúfares. La hierba ya no me acariciaba.
El viento ya no me despeinaba. Y el frió era lo único que ahora notaba.
Jamás me había dejado atrapar por sus ojos, excepto ahora.
No hay mejor manera de morir que en este azul tan cristalino como aquel azul maligno que me destruyó.

                                                                                         -Expresivísima.