martes, 4 de octubre de 2016

Estella, Estella, Estella.

Los días corren. Las horas pasan. El tiempo vuela. Mas yo permanezco eternamente en un estado semiconsciente de quietud desde la última vez que, casi por casualidad, te vi.
Tanto correr. Tanto gritar. Tanto huir. Mas nada cambia en torno a mí. Todo sigue igual que al principio. Menos la gente. Menos el tiempo. Menos ese sentimiento de que la vida se escabulle entre los dedos de mis manos como la corriente de ese río zigzagueaba entre las rocas donde te vi jugando calladamente.
Si aquel día hubiera extendido la mano podría haber tocado el borde blanco de tu vestido de lino. Si tan solo hubiera extendido la mano podría tocar la suavidad de la tela que cubría tu cuerpo juvenil. Si tan solo hubiera extendido la maldita mano... pero no lo hice. No me atrevía siquiera a rozar tu dulce piel de igual forma que jamás me atreví a confesarte lo que por ti siento. Aunque, realmente no hacía falta confesar nada, tu astuta mente siempre ha sabido leerme como a un libro abierto.
¿Sabes? Durante aquel breve lapsus de tiempo fuimos libres. La libertad trajo consigo aquella maravillosamente falsa sensación de felicidad.
Recuerdo el olor de la fresca hierba sobre la que nos sentábamos. Recuerdo la frialdad con la que el río nos mordía los tobillos en él sumergidos. Recuerdo tu física presencia pero tu total ausencia. Qué cruel fuiste conmigo tratando de ser buena. Creías que dejándote querer saciarías mis ansias de amarte. No sabías que hoy, once años más tarde, muriéndome lentamente en esta mugrienta casa aún pienso en tu luz. Creías que en tan solo unas semanas me olvidaría de ti, exactamente como tú hiciste, pero jamás te sustituí por ninguna otra persona. Jamás siquiera contemplé semejante posibilidad. Ni en el día de tu boda pensé en traicionar el amor que siempre he sentido y sentiré por ti entregándoselo a cualquiera. Sí, acepté tu invitación y acudí a la boda, mas no pude soportar verte dispuesta a compartir tu vida con otra persona que no fuera yo, por eso huí rápidamente tras la ceremonia.

Oh, Estella, Estella, Estella. Ojalá estuvieras aquí sujetando mi moribunda mano mientras exhalo mis últimos suspiros.
¿Sabes? Siempre recordaré la suavidad de tus dulces labios al posarse sobre los míos en aquella oscura noche donde me diste nuestro primer y último beso.
Siempre recordaré como las estrellas le conferían a tus ojos el fulgor de plata digno de dos brillantes gemas.
Siempre recordaré el amor que me juraste, aunque no lo sintieras de verdad, porque yo sí que siempre te amaré. Incluso dentro de unos instantes, cuando haya muerto, seguiré sintiendo lo mismo por ti.




-Expresivísima.

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