martes, 27 de febrero de 2018

Ópera

Aquí estoy, en la sombra, mirando al cielo.
Me rodea una quietud abrumadora. Hay silencio en medio del ruido.
El viento me golpea a ratos. Ahora los rayos del sol brillan. Me iluminan. Oteo al horizonte y veo grises y colores. A través de las ramas de los altos árboles está el cielo. Y, ¡qué cielo! Tan azul que podría perderme en él. Pero no puedo. Tengo prisa, aquí, tengo prisa ahora aunque parezca que no pasa el tiempo.
En estos minutos aquí sentada no existe el tiempo. Pero tengo prisa.
El cielo... Es tan azul que podría perderme en él. Y quiero. Pero no puedo. Las nubes rompen con el monótono celeste recordándome dónde estoy y qué soy.  Las blancas nubes tornándose grises amenazando con cubrir el cielo y el sol. Tornándose tan grises como el suelo, como las estatuas, como los bancos, como los árboles... Y el viento. Siempre está ahí el viento. Siempre ha estado y siempre estará. Las hojas marchitas en el suelo se dejan llevar. Ojalá poder dejarme llevar con ellas a... no sé a dónde. A ningún lugar. No necesito una meta para dejarme llevar, para soñar con la libertad. Solamente quiero ser sin ser.
Y aquí estoy, mirando al cielo. Existiendo.
El sol me calienta y me hace recordar que hay algo más que viento, que no existe la libertad. Vuelvo en mí y escucho voces sin oírlas. Hay gritos de fondo que nunca llegan a ser escuchados. Pasos. Gente que va a algún lugar, pero, para mí, caminan por caminar. Sin más rumbo que el paso siguiente al que acaban de dar.
Y viento
y hojas
y cielo...
Cielo infinito, cielo azul, cielo surcado de blancas nubes amenazantes, convirtiéndose en un oscuro pero brillante gris. Aparece en ellas un cegador brillo lentamente, ellas no tienen prisa. Ellas no tienen tiempo.
Ojalá ser nube y ser sin ser.
Ojalá ser hoja y dejarme llevar, sin rumbo, sin meta, sin fin.
Pero tengo prisa, por desgracia soy siendo.
Sigo siendo.


-Expresivísima.