lunes, 21 de septiembre de 2015

Cartas de un escritor enamorado #4

                                      Madrid, 27/08/1935.

Querida Isabella;
Lamento profundamente no haberte escrito en los meses que duró mi ingreso médico. Ayer me dieron el alta y, junto con mis pertenencias, me entregaron tu carta. Jamás un trozo de papel me había hecho sentirme tan afortunado y tan maravillosamente feliz. He estado toda la noche y todo el día leyendo y releyendo tu carta hasta el punto de que me la se ya de memoria.

¡Ay! ¡Qué preocupada estabas ante mi silencio durante estos meses! Mi pobre y dulce Isabella. Pero no tienes qué temer; ya estoy bien, ya estoy perfectamente recuperado. Y, por favor, no te sientas culpable por el mal que he padecido. En estas tan largas semanas mi amor por ti se ha triplicado si cabe. Cada noche soñaba contigo. Cada noche, en mis sueños, cruzabas la puerta de mi dormitorio con ese precioso vestido blanco que llevabas cuando te conocí, me dabas un fugaz beso en la frente y me susurrabas que me pondría bien, que no me moriría. Acto seguido te ibas tan rápidamente como habías entrado. Ese glorioso sueño fue mi dicha y mi cura.
Eres mi salvadora.
Mi ángel caído del cielo. Mi dulce princesa de cuento.
A ti te lo debo todo. A ti te debo mi vida. Mi alma estará siempre unida a la tuya.

¡Oh! Mi querida Isabella, ¡qué idea se me ha ocurrido! Es un disparate, una locura, pero estoy dispuesto a llevarla a cabo siempre y cuando tú aceptes. ¡Casémonos, Isabella! ¡Sí, casémonos!
Tú me amas,  yo te amo y nada más nos hace falta. Con tal de tenerte a mi lado todo lo demás carece de importancia.

Por favor, ven a Madrid y casémonos. O si lo prefieres iré yo a Barcelona. Acéptame como tu marido y te prometo que te convertiré en la mujer más feliz de todas.

Siempre tuyo,
                                      Fernando.

2 comentarios: